lunes, 4 de diciembre de 2017

Persistencias en la fisonomía urbana de Quillota


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En el año del tercer centenario de la ciudad de Quillota cabe hacer una reflexión sin más propósito que participar a ampliar el juicio de opiniones acerca de este magno acontecimiento. Como punto de partida debemos proceder a interrogar aquello que se desea examinar al preguntar lo siguiente: ¿Qué hay de continuidad a trescientos años del acto de fundación? y, en última instancia, colocar otra pregunta más práctica: ¿Cuáles serían los elementos posibles de identificar de persistentes?
Ambas interrogantes obligan a dirigir la mirada en retrospectiva hacia dos dimensiones vinculadas a la fundación de la otrora Villa de San Martín de la Concha. Una dimensión civil y otra de naturaleza religiosa. El primero, comprendía una bateria de instrumentos que daban cuenta de una fundación planificada por el Estado español del siglo XVIII y que pusiera en práctica el Gobernador interino José de Santiago Concha y Salvatierra. La segunda, personificada en la figura del Obispo de Santiago, Luis Francisco Romero Gutiérrez que, teniendo pleno conocimiento del territorio bajo su administración espiritual, empujó insistentemente con hacer efectiva la política fundacional borbónica. La síntesis, por lo tanto, había sido especificar el modo de distribución tanto de formas construidas para residir y circular, como aquellas asociadas a las prácticas socializadoras de los mismos habitantes.
De esta manera, se fue afinando una fisonomía urbana de urdimbre colonial, pero que a través del tiempo ha situado una dinámica evolutiva de cambio y  continuidad. En la actualidad dichas categorías pueden verificarse en el crecimiento urbano experimentado y donde florece la tensión entre el valor social y el valor económico. En otras palabras, la dificultad para conservar provoca un efecto negativo que erosiona la persistencia del patrimonio construido hasta alcanzar su completa desaparación.
Lo anterior no significa desconer la acción condicionante de terremotos y otros eventos naturales, sino que dado el enfoque economicista contemporáneo arroja más bien dudas cuando se trata de equilibrar los momentos de cambios en razón a la materialidad del patrimonio.
 A pesar de reconocer por acción u omisión una indefectible realidad, todavía es posible identificar la persistencia de elementos que cumplen la función de conservar el orden original. Así, por ejemplo, la Plaza Mayor atesora cualidades que van desde la acumulación de actos vividos por la comunidad (ceremonias y fiestas) hasta su gravitación en la organización del espacio urbano circundante. Muestra al observador rasgos tradicionales como mediar la dualidad de poder entre la Parroquia San Martín de Tours y el edificio de la Municipalidad. Otros, en cambio, por su ubicación y orientación cardinal (casas, conventos e iglesias) consiguen persistir en superioridad y tamaño a la distancia o la jerarquía socio espacial de su ubicación. Por ejemplo, al observar la Iglesia Santo Domingo muestra desde la distancia esa proporción mayor al romper con la monotonía de las construcciones bajas y señalar una jerarquía por su ubicación. Por otra, persisten practicas tradicionales (ritos, romerías y procesiones), por medio del uso del espacio. En el caso religioso, cuando la calle adquiere la calidad de vía sacra al conformar un circuito que reafirma la presencia de alguna de las cuatro ordenes religiosas existentes en la ciudad.  
Con todo, los elementos persistentes en Quillota pueden convertirse en luces que  orienten a ponderar el valor del bien u objeto heredado, a despertar el interés por conciliar su presente con el pasado y, en último término, abrir las posibilidades de soluciones a la confrontación producida entre lo antiguo y lo nuevo. Al cumplir Quillota trescientos años, es necesario salvaguardar sus características que motivan seguir esclareciendo y, por lo tanto, redescubriendo.
                 
Pablo Montero Valenzuela